Microsoft word - unidad 4 justicia divina sub unidad 2 principio de accion…

SUB UNIDAD 2
La libertad es la condición necesaria del alma humana, que sin ella no podría construir su destino. A pesar de que, a primera vista, la libertad del hombre pareciera muy restringida por las propias limitaciones de las condiciones físicas, sociales o por los intereses de cada uno, en realidad, siempre podemos eludir tales obstáculos y actuar de la manera que nos parezca acertada. La libertad y la responsabilidad son correlativas en el ser y aumentan con su elevación, siendo la responsabilidad la que confiere al hombre dignidad y moralidad. Sin ella no sería más que un autómata, un juguete de las fuerzas ambientes. Cuando resolvemos hacer o dejar de hacer alguna cosa, nuestra conciencia siempre nos alerta al respecto, aprobándonos o censurándonos. A pesar de que la voz íntima nos alerte, siempre hacemos lo que fue decidido por nuestra voluntad o libre albedrío. Nada nos coacciona en los momentos de tomar las decisiones personales, de ahí que sea correcto afirmar que somos responsables de nuestros actos. Somos los constructores de nuestro destino. El libre albedrío es definido, pues, como «la facultad que tiene el individuo de determinar su propia conducta, o en otras palabras, la posibilidad que tiene de elegir, entre dos o más razones suficientes para querer o actuar, una de ellas y hacerla prevalecer sobre las demás. Aceptar la vida como si estuviera guiada por un determinismo donde todos los acontecimientos están fatalmente preestablecidos es razonar de una manera muy ingenua, si no simplista; porque, si así fuera, el hombre no sería un ser pensante, batallador, capaz de tomar resoluciones y de interferir en el progreso, sería solamente como un robot, irresponsable, a merced de los acontecimientos. La fatalidad existe únicamente por la elección que el Espíritu hizo, al reencarnar, de sufrir esta o aquella prueba. El libre albedrío, la libre voluntad del Espíritu se ejerce principalmente a la hora de las reencarnaciones. Cuando escoge determinada familia, cierto medio social, sabe de antemano cuáles son las pruebas que lo aguardan, pero, igualmente, comprende las necesarias que son estas pruebas para desarrollar sus cualidades, curar sus defectos, despojarse de sus prejuicios y vicios. Estas pruebas también pueden ser consecuencia de un pasado nefasto, que es preciso reparar, y las acepta con resignación y confianza. En el futuro se le presenta entonces, no en sus pormenores, sino en sus líneas más salientes, en la medida en que dicho futuro es la resultante de actos anteriores. Estos actos representan la porción de fatalidad o de «predestinación» que ciertos hombres son llevados a advertir en todas las vidas. En realidad nada es fatal y, cualquiera sea el peso de las responsabilidades en que se haya incurrido, siempre se puede atenuar, modificar la suerte, con obras de abnegación, bondad, caridad, con un prolongado sacrificio al deber. Los acontecimientos que pueden observarse a diario, dentro de la categoría de dolores que desorganizan el modo de vida, antes tan feliz; o bajo la forma de tragedias que provocan crisis de angustia y desesperación; la enfermedad que llega sin previo aviso, abatiendo el ánimo y el coraje; las decepciones con amigos o las esperanzas frustradas, la pobreza material, retratada en la desnutrición, la orfandad, los asaltos, tantas cosas que se traducen en aflicciones e infortunios, podrán conducir al hombre, que desconoce las verdades espirituales, a la locura o al suicidio. Por esto, la Doctrina Espírita viene a poner en claro que «las vicisitudes de la vida son de dos especies, o si se prefiere, provienen de dos fuentes bien distintas que importa distinguir. Unas tienen su origen en la vida presente; otras lo tienen fuera de esta vida. Al remontarse al origen de los males terrestres se reconocerá que muchos son consecuencia lógica del carácter y del proceder de quienes los padecen. ¡Cuántos hombres caen por su propia culpa! ¡Cuántos son víctimas de su imprevisión, de su orgullo y de su ambición! ¡Cuántos se arruinan por falta de orden, de perseverancia, por proceder mal o por no haber sabido limitar sus deseos! ¡Cuántas molestias y enfermedades provienen de la intemperancia y de los excesos de toda clase! ¡Cuántos padres son infelices a causa de sus hijos, por no haber combatido desde el principio sus malas tendencias! Entonces, ¿a quién habrá de responsabilizar el hombre por todas esas aflicciones, sino a sí mismo? El hombre, pues, en gran número de casos es el causante de sus propios infortunios. Sin embargo, sabemos que existen males que ocurren sin que el hombre tenga culpa directa. Son dolores que se originan en actos practicados en otras existencias. Como por ejemplo, la pérdida de los seres queridos y la de quienes son el sostén de la familia. También los accidentes que ninguna previsión hubiera podido impedir; los reveses de fortuna, que frustran todas las precauciones aconsejadas por la prudencia; los flagelos naturales, las enfermedades de nacimiento, sobre todo las que quitan a tantos infelices los medios de ganarse la vida por el trabajo personal: como las deformidades, la idiotez, el cretinismo, etc. Quienes nacen en esas condiciones, seguramente no han hecho nada en la existencia actual para merecer, sin compensación, tan triste suerte que no podían evitar. No queda la menor duda de que lo que hoy somos es el producto de las experiencias vividas en el pasado. No hay sufrimiento sin una causa y la ley de causa y efecto o de acción y reacción rige nuestro destino porque, si bien somos libres en la siembra, seremos esclavos de la cosecha. Dios nos, concede por el libre albedrío, la responsabilidad de practicar el bien o el mal, no obstante, a partir del momento en que decidimos qué hacer, esta acción genera una reacción característica que vendrá, más tarde, bajo la forma de cosecha. Así se explican, por la pluralidad de las existencias y por el destino de la Tierra como mundo expiatorio, las anomalías que presenta la distribución de la dicha y la desventura entre los buenos y los malos, en este planeta.

Source: http://fedac.org.pa/Sitio-Prog-Doctri/pdf/UNIDAD-4-SUB-UNIDAD-2.pdf

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